Coronavirus, un nuevo reto para terapeutas y educadores

¿Cuál es el rol que terapeutas y orientadores debemos desempeñar en esta pandemia? ¿Cómo podemos ayudar a niños y jóvenes a afrontar los cambios que la situación exige? ¿Podemos continuar con nuestras prácticas profesionales habituales? ¿Qué modificaciones deberíamos contemplar?

Durante el año 2020, el mundo que conocíamos cambió imprevistamente y el futuro se tiñó de incertidumbre. Frente a este escenario desconocido, terapeutas y orientadores abordamos las prioridades que la situación de emergencia nos imponía. Así, nos enfocamos en ayudar a asumir los cambios que había traído esta crisis y en cómo reducir el impacto emocional que esto significaba para los niños, adolescentes y sus familias.

Nadie estaba preparado para una situación de excepcionalidad como la que suponía la pandemia del COVID-19. Y lo primero que hicimos fue afrontarla con la lógica propia de una emergencia. Las preocupaciones de padres, docentes y profesionales de la salud se centraron en el efecto que el encierro prolongado y la falta de contacto social tenía sobre el desarrollo físico, emocional, cognitivo y social de niños y jóvenes.  La tarea se abocó, entonces, a aportar herramientas para lidiar con el estrés, la desmotivación, la fatiga, la irritabilidad, los miedos, la dificultad para mantener hábitos y rutinas, para conectarse y acompañarse…

Pero con el transcurso del tiempo, nos fuimos preguntando: ¿son suficientes estas intervenciones para afrontar una realidad tan compleja? La crisis propone nuevos desafíos familiares/escolares y le exige al individuo la generación de nuevos espacios de equilibrio entre el bienestar que teníamos antes y las vivencias que estamos creando en medio de la incertidumbre. Frente a esta situación y de cara al futuro, comenzamos a pensar que ya no podremos mantenernos centrados en nuestra función “tradicional”, sino que deberemos asistir este proceso de cambio.

Desde los ámbitos clínico y educacional debemos contemplar que la “conocida o habitual” forma de aprender y desarrollar capacidades ya no será igual.  En consecuencia, el desafío que se nos presenta para el 2021 (y los años siguientes), será precisamente la promoción de conductas adaptativas ante el nuevo contexto.

No sabemos cómo será lo nuevo, no hay antecedentes ni referentes. Probablemente las técnicas de intervención continúen siendo las mismas o sean variaciones de las que ya conocemos; pero indudablemente lo que sí deberemos ampliar serán los objetivos de trabajo y el desarrollo de habilidades, de modo que faciliten la adaptación de la conducta y pensamientos a situaciones novedosas, cambiantes o inesperadas.

Es decir, además de contemplar las problemáticas y cuadros clínicos que forman parte de la demanda cotidiana, deberemos potenciar y entrenar en habilidades que faciliten la adaptación a los requerimientos que el nuevo contexto nos presenta y que hacen a la transversalidad de todos los diagnósticos. Entre las competencias fundamentales que niños y adolescentes deberán aprender para afrontar los retos del mundo actual, se encuentran:

  • Darse cuenta de que lo que están haciendo no funciona, o ha dejado de funcionar y, por tanto, deberán reajustar su conducta, pensamiento y opiniones para adaptarse al entorno. Aceptar y afrontar adecuadamente los cambios de planes (flexibilidad cognitiva o mental)
  • Tolerar la frustración de equivocarse; aceptar los propios errores y considerarlos como parte del proceso de aprendizaje (capitalizar el error)
  • Manejar los tiempos; organizarse; planificar, estar concentrados; buscar la ayuda y los recursos que necesiten; gestionar y regular sus propios aprendizajes (autonomía personal)
  • Resolver problemas interpersonales; comprender el punto de vista de los demás, valorando otras opciones además de la propia (empatía y conducta prosocial)
  • Realizar una elección entre posibles alternativas, asumiendo la propia responsabilidad; incluso cuando se trate de una única alternativa posible y el “no actuar” (toma de decisiones).

Mariano Sigman, científico experto en Neurociencia y divulgador, señala que las personas persistimos en nuestras tradiciones, vicios y costumbres, no tanto porque no podamos cambiarlas, sino porque no hay una verdadera motivación para hacerlo. Quizá este sea el tiempo de revisar nuestras prácticas profesionales y de encontrar nuevas herramientas para asistir esta motivación, para ser compasivos, aceptar los errores, tolerar las tormentas y celebrar la oportunidad de cambio.

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